Edición 46, febrero/marzo 2023

El futuro del tomate

Haces las compras con tu propio bolso de algodón para frutas y verduras, organizas un picnic con vajilla de cerámica y bebes agua de una botella reutilizable. Sin embargo, el contenedor de reciclaje de plástico sigue siempre desbordado. Ya no podemos imaginar una vida sin plástico: un material práctico, pero altamente contaminante. Por ello, los investigadores buscan alternativas sostenibles. Alejandro Heredia, químico del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea de Málaga, está desarrollando bioplástico a partir de residuos de tomate.

“Técnicamente, el plástico es un material muy interesante y, además, barato”, explica Alejandro Heredia. Estamos en su laboratorio del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora, un centro de investigación mixto entre el CSIC y la Universidad de Málaga, ubicado en el campus de Teatinos. “Sin embargo, sabemos que el plástico tarda cientos de años en descomponerse. Y uso la palabra descomponerse en lugar de disolverse, porque siempre quedan pequeños fragmentos que terminan en la tierra, las plantas, los animales y las personas. Eso es perjudicial para todos, así que comenzamos a buscar una alternativa”.

Plástico vegetal
El equipo de Alejandro está formado por varios químicos que trabajan en el desarrollo de un plástico apto para la industria alimentaria. Se trata de un material de embalaje que puede ser completamente absorbido por la naturaleza, sin dejar residuos nocivos. Para ello, utilizan una materia prima natural: los restos de las tomateras. Estos se secan y se muelen hasta obtener celulosa pura. Es el mismo material con el que se fabrica el papel, pero con un tratamiento diferente logran un material transparente que al tacto se siente como plástico. El producto se biodegrada por completo: en agua de mar tarda un mes y, en el suelo, un año. Este fue el primer paso, pero aún no era resistente al agua, una propiedad esencial para el envasado de alimentos frescos.

Con vitamina C
El químico relata con entusiasmo y de manera comprensible todo el proceso detrás de sus descubrimientos. “Aprendemos constantemente de cada experimento que realizamos. Una vez establecida la base, es relativamente sencillo hacer ajustes. Por ejemplo, al agregar una cantidad mínima de teflón, las gotas de agua ahora simplemente se deslizan sobre el plástico”. Para demostrarlo, toma una pipeta y un vial con líquido. Sobre la mesa de trabajo se encuentran varias placas de Petri con sustancias y fragmentos de materiales.

Una vez completada la versión repelente al agua, el equipo continuó innovando. Al mezclar restos de cáscaras de naranja con la celulosa, lograron que el material adquiriera propiedades antibacterianas. Además, al añadir un poco de ácido sulfúrico, es posible verificar si se ha mantenido la estabilidad de la cadena a distintas temperaturas. El material adquiere una película de colores similares a un arcoíris y se vuelve transparente al entrar en contacto con la humedad, lo cual ocurre cuando aumenta la temperatura.

En principio, todos los materiales desarrollados por el equipo ya están listos para su aplicación a gran escala. “España es uno de los mayores productores de tomates en Europa. Normalmente, las plantas se queman, liberando una gran cantidad de CO₂ a la atmósfera. Utilizarlas para fabricar material de embalaje genera una situación win-win. Dependiendo de las necesidades de un productor, podemos personalizar la base completamente”, explica Alejandro.

¿Solo para idealistas?
El siguiente paso depende de la industria, y ahí es donde suelen surgir los obstáculos. Un empresario, por naturaleza, busca minimizar costos, y cambiar a otros materiales implica reajustar las máquinas existentes, lo cual representa un gasto adicional. “Si no hay una obligación legal, solo los empresarios ‘idealistas’ harán el cambio”, comenta Alejandro. “Te doy un ejemplo: no hace mucho, el gobierno prohibió un tipo específico de plástico. La industria cambió rápidamente a una alternativa con la misma materia prima pero una composición ligeramente diferente, lo suficiente como para recibir un nombre distinto. Sin embargo, era igual de dañina para el medio ambiente que el plástico prohibido. Así, no tuvieron que gastar ni un centavo más”.

Piel suave, resultado duro
Una vez que lograron reutilizar por completo la planta del tomate, el siguiente paso fue aprovechar también la piel del fruto. Según la legislación, las pieles no pueden usarse en alimentos, lo que genera miles de kilos de desechos al preparar gazpachos o salsas, por ejemplo. “Si observas un tomate con los ojos de un científico, ves la piel de una manera diferente. Es una capa protectora y, por tanto, tiene la misma función que el plástico. Así surgió la idea de utilizarla para crear bioplástico. Sin embargo, esta vez en una composición diferente para fabricar otros productos”, explica Alejandro.

El resultado es un tipo de plástico más duro que puede emplearse para elaborar objetos como cucharas para helado. Sobre la mesa del laboratorio se exhiben cucharas, botones y otros pequeños objetos hechos con la piel de los tomates.

Creatividad
El mayor logro del equipo utilizando la piel de los tomates es probablemente la creación de una capa protectora para el interior de latas. Actualmente, el recubrimiento interior de las latas utiliza bisfenol, una sustancia calificada como «muy preocupante» por el Tribunal Europeo en 2021. Aunque la cantidad ingerida es mínima, el bisfenol no es bueno para el sistema endocrino humano y representa un riesgo significativo para el medio ambiente.

La alternativa desarrollada por Alejandro y su equipo es completamente inofensiva tanto para las personas como para la naturaleza. “Siempre trabajo con residuos. Por ejemplo, ahora también estamos experimentando con pieles de patata y de aguacate. Mi filosofía personal es que debemos reutilizar todo lo posible, y a través de mi trabajo puedo contribuir a ello. Me encanta ser creativo, buscando soluciones que puedan beneficiar al mundo”.

El Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora es un centro mixto entre el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Málaga. El IHSM La Mayora realiza investigaciones científicas para la horticultura intensiva y la fruticultura subtropical.

Desde marzo de 2021, la sede social está ubicada en el nuevo edificio de IHSM La Mayora en el campus universitario de Teatinos en Málaga. En Algarrobo se encuentra la ‘Estación Experimental La Mayora’. Allí se están realizando extensos experimentos con todo tipo de plantas y árboles. Entre otras cosas, el cultivo de aguacates y mangos, especies que no son originarias de Andalucía, ha sido posible gracias a la investigación del IHSM La Mayora. El instituto organiza regularmente conferencias para asociaciones de agricultores para informarles sobre formas de cultivo eficientes y más respetuosas con el medio ambiente. En estos momentos se está trabajando en el cultivo del cacao, debido a las condiciones cambiantes del clima será posible cultivar esta planta en la provincia de Málaga.